El otro día, viendo un reportaje en la tele catalana, Guille (La Casa Azul) disertaba efusivamente sobre un estilo -¿?- musical que me atañe especialmente: el bubblegum o la música chicle.
En aquellas tardes soleadas de 1968, cuando yo estaba dejando de ser un niño para convertirme en rapaz y me salían pelos por todos lados menos por la parte superior del cráneo –era el aviso premonitorio: la decadencia empezaría prontísimo en aquella precisa zona-, encendía la radio y encontraba canciones fáciles con estribillos de una palabra repetida. Era el pop más rastrero del momento, el que más rabia suscitaba entre la creciente masa adicta a la psicodelia o al blues progresivo, y el más obscenamente comercial. El antídoto perfecto a las actitudes de falsa erudición de la época: como alabar los spaghetti-western del tándem Sergio Leone/Clint Eastwood frente a las cintas de Bergman, o los libritos del oeste de Marcial Lafuente Estefanía que nuestros padres leían en el metro frente a las obras completas de Ginsberg. Era, en definitiva, un problema de actitud e insumisión; y de restregar en la casa de los intelectuales aburridos la fregona de la diversión. [Más…]