Las miradas se dispararon en una sola dirección. La reina de la ociosa Marbella en los floridos ochenta entraba en un restaurante céntrico de Madrid. En otra de las mesas, mi guitarrista favorito luchaba contra su timidez compartiendo mesa y diálogo con algún adulador. El vendaval de flashes llamó su atención. Tom Verlaine no preguntó por la identidad que aquella señora emperifollada con imán para los objetivos. Sólo quería saber las razones de su fama. [Más…]