
“Look up here, I’m in heaven. I’ve got scars that can’t be seen. I’ve got drama, can’t be stolen. Everybody knows me now”.
Nunca fui fan de Bowie. Me hubiese encantado compartir plañideros elogios en las redes sociales, pero no, nunca fui fan de Bowie. El 10 de enero de 2016 será recordado como una de las efemérides más importantes de su vida por la inmensa horda de fans del inglés; un ejército de admiradores anónimos, o personas que lo conocieron, que estos días aprovechan cualquier circunstancia para dejar su opinión sobre su importancia capital en la música pop, y muchos de ellos colgando sus temas favoritos en Facebook acompañando frases de laconismo lapidario. A todos nos pilló por sorpresa su muerte, y ahora es cuando se disparan las alarmas sobre los posibles mensajes subliminales que se esconden entre los surcos de este epitafio por sorpresa que es “Blackstar” (Iso Records, 2015). Amanece un nuevo día sin Major Tom, y la batalla al tiempo -una de sus mayores preocupaciones- la ha ganado. Se abre el telón de nuevo. La INMORTALIDAD.