«Pollen» (Tennis)

    La solvencia de Tennis utilizando estructuras de soft pop con tecnología actual les está convirtiendo, sobre todo con sus últimas dos grabaciones, en referentes del buen gusto.

    Seguramente “Pollen” (Mutually Detrimental 2023) no es mejor que “Swimmer” (2020), tal vez su trabajo más redondo. Pero goza de idéntica brisa mullida aural cuando penetra y empapa. Imposible resistirse a la trama retro seventies de “One Night With The Valet”, al conato synth pop de “Let´s Make A Mistake Tonight” o a la cadencia de pop tibio de “Pollen Song”, donde el matrimonio formado por Alaina Moore y Patrick Riley configura –rozando la perfección- memorias de un pasado –del suyo personal, del nuestro musical- desde una solidez compositora que debería conseguirles un par de estrellas Michelin en cualquier guía de un gourmet pop que se precie. Por mucho que te recuerden cosas –ese piano tan “It´s Too Late” de “Paper”-, casi todo lo que tocan acaba por brillar, como “Pillow For A Cloud”, ese final de apariencia invernal acústica que se transforma sutilmente en nube eléctrica rosada.

Whitehorse

    El matrimonio canadiense formado por Melissa McClelland y Luke Doucet ha dejado de darle vueltas a la americana con tintes indies y psicodélicos, apostando en su octavo álbum “I´´ m Not Crying, You´ re Crying» (Six Shooter 2023) por un country que hereda de las parejas clásicas del género al otro lado de la frontera, centrándose en los contornos seventies.


    Obviamente les falta el magnetismo silvestre de un tándem en la cúspide de inspiración como el formado por Emmylou Harris y Gram Parsons, aunque algo en la vulnerable “Leave Me As You Found Me” -y en una “6 Feet Away” de tristeza cálida- permite rozar aquella sintonía armónica. Lo suplen apelando a otras características del género como la mezcla de soledad, alcohol y humor que cicatriza corazones, como la inicial “The Loneliness Don´ t Kill Me”, o engarzando a su estilo simple el decorado de slides típico. De hecho, sin ser una obra capital, el álbum posee una honestidad en las raíces que te devuelve a él cuando tienes mono de formas clásicas, o ganas de que la slide y los alisios –“Sanity, TN”- te mezan irremisiblemente.


«The Valley Of Vision» (Manchester Orchestra)

    Si ya “The Million Masks Of God” (2021) demostró que no será fácil superar el hito de “A Black Mile To The Surface” (2017), este EP de Manchester Orchestra parece conformarse con utilizar la esencia de los dos anteriores en un formato simple –estrofas y estribillos excelentes engarzados por la voz personal y compasiva de Andy Hull, con menos guitarras y más teclados- poniendo el acento en el mensaje. Así que no busques en “The Valley Of Vision” (Loma Vista 2023) grandes avances. Lo que hacen es único, y les basta con perfeccionarlo.

    Estas seis canciones se comprenden mejor con una filmación entre lo naturalista y lo virtual. Empieza “Capital Karma” con una cabaña en ruinas en el bosque ajado de otoño; niebla…y de pronto la luz con tono mesiánico. La secuencia evoluciona en “The Way” con la chatarra oxidándose en el bosque, el incendio, la jaula en penumbras rodeada de pantallas encendidas en una estancia hace tiempo abandonada -¿apresuradamente?- con un aire irreal, hasta llegar al coche sin conductor deambulando en “Rear View” por parajes yermos hasta caer en el agua. Todo muy críptico y a la vez explícitamente revelador, donde la desolación se funde con la nostalgia en una conclusión pesimista acerca del futuro del planeta -desde esa biblioteca inmensa en abandono hasta el teléfono rojo-, a merced de una belleza de épica más actual –lo dicho: menos guitarras y más tecnología al servicio del pop, como en su día U2 o Coldplay- que llega estupendamente sin depreciarse.

«Norm» (Andy Shauf)

    Se está caracterizando Andy Shauf por construir guiones originales que se desarrollan a lo largo de toda una grabación. Y si ya en “The Neon Skyline” y “Wilds” destripó su relación obsesiva con Judy, esta vez va un poco más allá.

    En “Norm” (Anti- 2023) reflexiona, desde un punto de vista contaminado por ciertas congregaciones cristianas norteamericanas, de lo que acontece cuando te enamoras por ejemplo de alguien del barrio. Parece que Dios te va a ayudar a conectar con esta persona. La ves en la calle, la observas tras las estanterías de la tienda de comestibles, lo intentas anónimamente por teléfono, la sigues desde el retrovisor, tras un árbol, o vigilándola sentado en una butaca cómoda en el cine tres filas más atrás. Llegas a pensar que ella también está enamorada de ti, hasta incluso convencerte de que le gustaría que la hicieses entrar en su coche. Todo ello mientras Dios da su bendición a tu estrategia complacido. Shauf, magistral, casi deja que elijas tú el final.     Musicalmente las composiciones siguen su patrón habitual intimista, como si de un Bacharach que ha sustituido piano por sintetizador se tratase. Resplandece en el tono crepuscular de “Sunset”, en el trote mullido de “Halloween Store”, mientras empalma canciones con habilidad dulce que camufla la posible sordidez, llegando a la cima con una “Long Throw” celestial que a la par subraya la frustración que cualquier persona no correspondida obsesionada con otra, acosador o no, puede sentir ante la realidad que da al traste con su sueño. Y una simple frase con tono sublime, por entre la delicadeza melódica, a modo de sentencia –wondering when you would arrrive, wondering why you never arrived- que deja el final abierto.  

Nicole Dollanganger

   Tras el nombre de Nicole Dollanganger se esconde la cantautora canadiense Nicole Bell, ávida buscadora de escenarios inquietantes donde el placer físico y el delito se buscan. Este séptimo álbum “Married In Mount Airy” (2023) se construye sobre una fragilidad musical supina en contraste con partes de contenido terrorífico. O cuando el dream pop insinúa una suerte de nightmare folk.

   Su voz aniñada se mueve de maravilla en ambientes que buscan la noche y las liturgias oscuras, pero lo hace de manera opuesta a por ejemplo Lingua Ignota. En “Married In Mount Airy” canción tiene bastante que ver con una Hope Sandoval contraponiendo el cristal con lo turbio, con la Julee Cruise de Lynch, con “Twink Peaks”, y tal vez con “El Resplandor”. Nada confirma y todo sugiere a modo de premonición. En “Gold Satin Dreamer” la inmersión ya es completa, cuando bajo la fragilidad musical escuchamos frases como ‘oliendo la carne cruda en la barbacoa bajo el sol´’ . Porque algo malo sucederá durante la noche si el soñador de satén espera que oscurezca. En “Runnin´ Free” nos ubica en un motorhome con moscas de verano revoloteando y perros aullando en la noche. Por fin aparece el trallazo dramático semigótico al final de “My Darling True”; ella le quiere pese a que él le infringe dolor. Y “Moonlite” ya mezcla rituales, lencería y muerte (sometimes you’ re my girl and sometimes, bitch, you’re dead).

   La trama no parece tener otro final que el fatal –con tantas alusiones a pieles frías y azuladas-, hasta permitirse recurrir a un tópico divertido en “Nymphs Finding The Head Of Orpheus”, reconociendo que ‘I used to dream of the day it’d be just you and me, like the wild west, both of us shooting til one of us was dead’. Belleza escalofriante.