Mis dudas con Anna Calvi

Las hojas promocionales me hicieron peor persona. Más desconfiado, me convertí sin querer en alumno avispado de las artes defensivas. Si me hablaban de artistazos, de enormes voces y demás grandezas propias de la corte, aparcaba el disco incluso sin abrirlo, pero no muy lejos por si alguna noche me daba un arrebato de petulancia. Ahora estoy un poco más relajado. O, al menos, me distraigo con lo que antes me irritaba. De más joven, a Anna Calvi no le hubiera dado ni un minuto de mi tiempo. Ahora me entretengo buscando entre mis moldes fabricados con el tiempo aquel que mejor encaje en su modelo de artista. Y prever así su tiempo de vida útil. Ya les digo que hoy soy escuetamente optimista con el de esta señorita. Mañana puede que menos.

La londinense Anna Calvi irrumpe con suficiencia. Perdón, con aparente seguridad. Se escucha un silbido de halago, un par de piropos bien silabeados. Pero no hago caso. Son los que nunca saben mantener la boca cerrada. Mentiría si les dijera que no se me humedeció la comisura de los labios cuando la vi por primera vez. Pero enseguida recordé que lo que vengo buscando es que cada cinco años aparezca una Mary Margaret O’Hara, una gran señora con retuerza y eleve las canciones pero sin obligarse a hacer de cada una de ellas una epopeya moderna. Que le gusten los escenarios con decorado y atril, pero que prometa con sus labios solo lo que su debilidad nunca podría esconder.

La Calvi ha nacido artista. Como lo entendía mi abuela. Más guapa no puede ser. Como lo entiende cualquiera. Si su repertorio le aguantara la rueda a “Desire” y, sobre todo, a “No More Words” hubiera empezado este texto barriendo cualquier recuerdo a aquellas hojas promocionales que me hicieron receloso. Y puede que voceando que esto de la vida útil del artista es de críticos sin vida. Pero, desgraciadamente, el resto de sus canciones prometen lo que no pueden cumplir. Entonces, y ante la falta de brillo ante el exceso de clase, recurriremos al símil de PJ Harvey para mantener niveles de intensidad. Y yo seguiré sin verlo. Ni esa guitarra herida que parece rendir tributo a Robert Quine, ni ese aroma de rock fronterizo y teatral que cae en un innecesario virtuosismo, ni su voz -que de tan alta reaviva la duda de su planicie-, conseguirá arañar las cinco estrellas para las que parece vestida. Eso sí, merece tres sin pedirle nada a cambio. Me quedo con tres y media: hay dos canciones de nota.

Los aplausos de platea se inventaron para acontecimientos como «Anna Calvi». Para eventos más explosivos que impactantes. Y para canciones como “The Devil”; definitivamente, el tema que me hace desconfiar de este estreno. Que me hace dudar del uso moderno de lo que es la intensidad. Y que me obliga a abandonar esa idea de que en el siguiente lustro aparecerá en escena la princesa prometida que Miss America aún nos debe. Ya han pasado veinte años.

3 comentarios en «Mis dudas con Anna Calvi»

  1. Aqui y ahora este es un buen disco. Es posible que si hubiese llegado por la puerta de atras sin tanto bombo y platillo, no hubiera hecho que plantaramos las orejas. En su caso, lo dificil será su siguiente paso, o se acerca a su lado más ampuloso y a veces cargante o se saca de la manga alguna genialidad que nos obligue a reposicionarnos. Pero en el disco hay algunas muy buenas canciones.

  2. Uy… es que si no ha tenido reparos hasta ahora en mostrarse tan cargante, muy buenos amigos tendría que tener al lado para que la hagan ver que una buena voz no se demuestra necesariamente cantando más (muy) alto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *