Za!

La muerte de Captain Beefheart trajo recuerdos de tiempos y músicas rupturistas, cuando el rock no caminaba solo, sino que se colgaba del brazo de cualquiera con tal de experimentar; sus amigos Frank Zappa & The Mothers Of Invention demostraron que eso de tocar en un grupo además podía resultar sumamente divertido si se parapetaba bajo el escudo de la trasgresión. Y, más aún, Zappa sabiamente combinó hilaridad con virtuosismo: cada cosa puede tener su tiempo, pero lo innegociable es la libertad.

Para poder entender –ya no digo disfrutar- lo que fluye de la música de Za! primero debe uno plantear si desea someterse a una terapia de sonido y notas esgrimidas desde la mayor perspectiva posible de libertad. No se trata de que cada instrumento haga lo que le viene en gana sin contar con el conjunto, sino esa libertad expresiva de soltar un grito allí y no allá, de buscar un hueco sin importar el contacto ocasional con el caos, partiendo de lo sencillo –llámalo primario, llámalo tribal- en pos de sonidos que nos hagan felices desinhibiéndonos. Cierto es que el roce con la deformidad sónica no siempre resulta agradable para quien la escucha –para el que toca es otro asunto, de ahí la reputación de Za! en directo-, y que las bocanadas free a veces expelen halitosis, pero si logramos sumergirnos en la vorágine –sea a cuenta gotas, sea en tromba: The Slits, Ariel Pink– aún solo durante fracciones de segundo, veremos que lo que antes era desquiciante de pronto se arrima peligrosamente al éxtasis. Algo hay en “Megaflow” (Acuarela 2011), como una vuelta de tuerca a la euforia de El Guincho rumbo al barullo, algo que sobrepasa los límites aurales (de oreja) y auriculares (de aurícula, en jerga cardiológica), algo intangible, diciéndome que estos tipos no son unos zoquetes irresponsables.

Está en la manera de escupir los nombres de Calonge y Terrassa; en montar suites de dos minutos como “Mesoflow”, condensando bossa, metal y jazz; en un “Megaflow #1” sellando la comparación con los Mothers Of Invention más freakies; en el aire multicolor festivo, locamente visceral, de “Pachamadre Tierrawah! #1” y en la resaca carnavalesca posterior –“Patchamadre Terrawah! #2”– cuando todo acabó. Un tutti frutti desbarrado y sobretodo apasionado para comunicar al resto del mundo que juntar una tribu de Cataluña con otra de Casamance no siempre acabará en guerra. Al menos no en guerra bélica. Déjense llevar y disfruten.

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