El post que escribió hace poco César Estabiel sobre su alergia al circuito de conciertos fue el más apoyado y mejor discutido que se ha escrito en ese blog. Por eso me animo a incluir una secuela no autorizada atando algunos cabos que veía sueltos, no del texto de César, sino de los comentarios posteriores:
–El difícil trago del artista invitado: En principio, un telonero es un artista que accede a abrir el concierto a cambio de darse a conocer a un público mayor. Su papel es entretener a los que han llegado temprano para coger sitio y soportar que haya gente no interesada que entre en la sala (respetuosamente) mientras ellos actúan. Lo que sucede hoy es más deliriante: la sala abre tarde, el telonero actúa más rato de la cuenta (a veces hasta una hora) y su presencia asegura que perdemos el metro de vuelta a casa. Recordemos que en Madrid la gente tiene poco tiempo, las salas comienzan tarde y el «artista invitado» supone casi siempre una hora menos de sueño. ¿Cuántos teloneros de cada cien nos enganchan? ¿Cuál fue el último que les sorprendió? A mí a veces me saben como tragarte un kilo de patatas fritas antes de tu plato favorito. Pueden quitarte el hambre y hasta el gusto por comer. La frase me vino a la cabeza viendo al predecible Joseph Arthur abriendo para los contagiosos The New Pornographers.
–Vender dos cervezas más: hablaba Estabiel del martirio de «esperar cual sardina enlatada a que el artista tenga a bien salir al escenario». Eso ocurre bastante, pero sospecho que son más las veces donde el propietario retrasa deliberadamente el inicio de la actuación. Me hizo mucha gracia abrir la guía Lonely Planet de Madrid y ver cómo el redactor se reía de los «delirantes retrasos de los conciertos para vender un par de cervezas más». El gran problema es que aquí los recintos de conciertos son bares. No se concibe la música como algo separado de la juventud, la borrachera y la juerga. Cada vez cuela menos: te pueden gustar los conciertos sin ser un fiestero y muchos esperamos seguir yendo a ver directos pasados los sesenta años. Gran parte del público se suele retirar a los cuarenta o cuando tiene niños. No es por decisión propia, sino porque les complica infinitamente la vida. Vale, las salas están llenas, pero ¿vender más botellines compensa renunciar a tu clientela potencial más solvente?
–Aforos: Otro problema básico, relacionado con el anterior, es que cada sala debería tener dos límites de aforo: uno para tomar copas y otro para escuchar música. Que en un recinto quepan 500 personas no significa que 500 puedan ver y escuchar bien lo que pasa en el escenario (lo mismo sólo 350). Especialmente sádica me resulta Joy Eslava, que dependiendo de las entradas vendidas abre más o menos plantas (tiene tres), asegurándose así la incomodidad general venga más o menos público. Quien haya estado en Inglaterra verá que en muchas salas el suelo está inclinado hacia arriba, facilitando que la gente que se queda atrás tenga mejor visibilidad del escenario. Así es también la Sala Capitol (Santiago de Compostela) y todo el mundo ve bien (antes era un cine). ¿Cuántos recintos más conocemos que hayan pensado en eso? Pocos, porque son bares y en lo que piensan es en vender copas.
–Rituales y gracietas: Es cierto que cuánto mayor te haces menos soportas los «Hola Madrid», los «Cumpleaños feliz» cantados a coro al cantante y la ridícula ceremonia del bis obligatorio. Igual de grimosa es la reverencia precongelada de cierto sector del público, esa admiración incondicional que necesitan exhibir tanto si el concierto es bueno como si no. Así explicaba Ibon Errazkin (Le Mans, Single) en 2000 su deserción de los grandes conciertos (sigue yendo a muchos pequeños): «Últimamente los directos se han vuelto una cosa más artificial, como un encuentro de músico y fans, donde la música es algo muy secundario». Hace poco me quedé descolocado viendo como los fans de Steve Earle aplaudían con entusiasmo los adornitos del DJ que incorporaba «beats» de manera bastante forzada (la cosa quedaba postiza y sospecho maliciosamente que muchos de los que jaleaban no tienen cedés de electrónica o hip hop en sus casas). El culto a la personalidad llega al ridículo con los cantautores, incluso diría «contra los cantautores»: no sé qué pensará Nacho Vegas de qué haya un sector de su público que no para de gritar y hacerle fotos con el móvil mientras actúa, para luego aplaudir fervorosamente en los intermedios, salpicando a todo el mundo con su cigarro y su copa. Por suerte no pasó ayer en el precioso concierto de Lucas 15.
–Santos Job: En general identifico al asistente habitual a conciertos con unos apóstol de la paciencia, capaz de aguantar retrasos, malas condiciones de escucha y precios bastante hinchados (no siempre por culpa del promotor, muchas veces del artista, pocos son los que ponen cantidades razonables al estilo de Fugazi o Grande-Marlaska). Todo por la música. Me impresionó cuando me contaron que casi nadie pidió la devolución del dinero la noche que Charalambides suspendieron su actuación en el Nasti tras tocar sólo tres o cuatro canciones (por culpa de los teloneros se les echó el tiempo encima; aquella vez nadie había avisado del toque de queda al promotor). ¿Estamos empezando a sufrir Síndrome de Estocolmo?: apuesto a que más de uno hemos sentido una sensación similar al secuestro esperando a un grupo que nos interesa . Dicho esto, ya casi no me molestan los retrasos, pero sí el desprecio de no decirte cuánto se va a demorar el artista en salir a escena (para al menos decidir si te quedas, te vas o sacas el novelón que llevas para el metro).
Lo de hablar en los conciertos aún no he sido capaz de tolerarlo. Todo comentario que no sea imprescindible o muy gracioso me resulta molesto. La mayoría de las conversaciones que escucho mientras el grupo toca me dan la impresión de gente aburrida deseando que se acabe el suplicio de la música (aunque alguna cosa interesante también he escuchado). Pero, vamos, esto debe ser cuestión de gustos y del humor del que estés cada día porque disfruto mucho los caóticos karaokes colectivos de La Casa Azul.
Posdata: Una cosa que dudo últimamente es si esos «hola Madrid» en conciertos de 150 personas son un tic de la inercia o si el artista se está descojonando sanamente de su escaso poder de convocatoria.
Pincha aquí para leer «Sombras y dudas de la música en directo» (el original).
Estoy de acuerdo con el fondo de este post, pero me parece que no conviene confundir manías con los verdaderos problemas. Los retrasos y los precios son problemas objetivos; la falta de autenticidad en el ritual de los bises lo es, aunque subjetivo. Pero que no se pueda comentar algo durante el concierto lo veo un poco pasarse: si hay conciertos los hay para que la música haga feliz a la gente, ¿no?, y el pop se vuelve tan personal que es normal querer comunicarlo. Y también hay que acordarse de que no todo el mundo tiene la misma cultura musical: a mí también me pareció un poco ridículo y forzado lo del DJ de Steve Earle, pero más importante que mi paladar musical es que la gente se lo pasase bien.
En todo caso, a ver si nos tratan un poco mejor, sí.
Sí, tienes razón, D: yo también he aplaudido muchas cosas sin tener ni idea y luego he ido investigando y me he enterado de qué iba la cosa. Lo que me molestó realmente de las reacciones a Earle fueron algunos comentarios (e incluso críticas posteriores) que decían «Qué valiente es Steve y como va a molestar a los puristas». No creo que el mestizaje o hacer algo nuevo sea un valor en sí mismo, además tienen que salirte bien las canciones.El comentario sobre cómo disfruto los karaokes de La Casa Azul y los discursos personales de Guille Milkyway era un reconocimiento de lo que dices: que muchas de las cosas que nos molestan son manías (aunque a veces nos caiga al lado alguien objetivamente pesado).
Joder Lenore:
De todas las veces que he coincidido contigo nunca me he atrevido a decirte cómo me gusta lo que escribes. Pero es que esta vez te lo tengo que decir.
Por el hecho de vivir en una ciudad pequeña, no suelo ir a muchos conciertos, por no decir a ninguno.
Cuando viajo a Madrid o Barcelona intento hacerlo coincidir con algún concierto en alguna sala, y he de decir que siempre, absolutamente siempre, he apreciado los estereotipos que comentas: el indigno telonero, el estúpido «Hello, Madrid», el abuso de cervezas antes del concierto…
Me irrita sobre todo el hecho de que haya gente que vaya a conciertos para luego decirte cosas cuasi-hirientes como: «yo he visto a DEVASTATIONS y tú no» o un comentario mucho peor aún: «ya, pero yo como los vi en una sala, sé que aquí (festival, se entiende) van a hacer una mierda y tú no los vas a poder apreciar». Sin duda, estos dos tipos de persona (a veces convergen en uno mismo) son peores que el tipo que no calla y te hace buscar urgentemente la primera fila para oír algo.
A ver si la próxima vez que coincida contigo te comento algo.
Un saludo.
Lo de la sala nasti con los charalambides aquel día llegó al paroxismo de la tomadura de pelo.Por cierto, también he pensado siempre que en Madrid en general se ha dejado de cubrir un espectro de aforo, es decir, desde las 300 personas de Moby dick a las 3000 de la Riviera hay un formato de sala casi inexistente.Por Europa no pasa.
Hola Víctor:
Una cosa que nadie comenta es cómo los promotores grandes, los que controlan realmente el circuito, han conseguido que se instale en las mentes del espectador medio (y por medio también entiendo aburrido, apático, burgués y que odia la música) una idea absurda: que si un concierto es barato entonces será pero que otro caro en las mismas circunstancias. Por ejemplo, quiero decir: que un concierto de Lori Meyers o Jet Lag (por citar dos grupos que no son conocidos por intentar mantener el precio de las entradas de sus conciertos en precios razonables) que cueste 18 euros se sospecha que será mejor que uno de, no sé, Big City, en la misma sala, pero que cueste 10 euros.
Eso es una cosa que a mí, particularmente, me molesta por todo lo negativo que desprende.
Yo personalmente discrepo de que la gente (de cara a los conciertos y de cara a los discos) establezca esa relación entre precios altos y calidad. Otra cosa es que si se gastan un riñón les cueste más reconocer que les han tangado en caso de decepción.
a mi me gustaría hacer hincapié en el asunto de los retrasos en los conciertos. bien es cierto que siempre hemos padecido este tipo de cosas, cual mal endémico que parece no querer solucionarse nunca. son famosos los de la sala El Sol, o yéndonos más atrás, los de la Revolver de Galileo, en los que muchas veces pensabas que te tocaba quedarte a dormir ahí dentro.
a mi lo primero de todo me parecen una falta de respeto alucinante al espectador que ha pagado su entrada (las más de las veces no precisamente barata) y que supone una molestia por todos los motivos que conocemos: tener que buscarte la vida a la salida porque a los organizadores se les ha ocurrido empezar el concierto con hora y pico o dos horas de retraso, etc. De esta manera pretenden aprovecharse del público «forzándoles» a consumir lo que no está escrito o lo que no había ni mucho menos intención de consumir.
sinceramente, y no es por ser radical, pero creo que tendría que haber un comportamiento más respetuoso al respecto, y no se debería retrasar -excepto por causa mayor- un concierto a más de media hora de lo que dice en la entrada. lo demás es incordiar y pretender exprimir al máximo a la gente, a su bolsillo y a su paciencia -provocando que algunos se lo piensen dos veces antes de ir a según qué salas-.
Estoy de acuerdo en casi todo el post, SOBRE TODO, en los retrasos de los conciertos, algo que me parece lamentable. También añadiría los precios, esos cinco euros que te clavan en La Riviera cuando te pides una cerveza. Es de delito.
Pero también veo que a veces somos demasiado quisquillosos y maniáticos. El hecho de que un artista diga «hola Madrid» lo veo un simple cliché de poca relevancia. Y sobre los «cumpleaños feliz», pues no sé, la felicidad te lleva a comportarte como un tonto muchas veces y no creo que sea algo que se deba reprimir. Si en un concierto estás disfrutando, feliz, contento, y alguien empieza a cantar el «cumpleaños feliz», pues bienvenida sea la fiesta y la risa.
Esos detalles son de tan escasa revelancia como tremendamente reveladores. El artista trata a la audiencia como una masa («hola + inserte aquí su ciudad») mientras que el público le trata como a alguien singular, digno de adoración (riendo todas sus gracietas y cantando «happy bithday»). Puede resultar fastidioso porque hay una vía mucho mejor de relacionarse: compartir la música. Me hizo mucha gracia ver como el cantante de The Killers confesaba en «Q» estar molesto porque «cualquiera de nuestros teloneros consigue un aplauso más grande diciendo «que se joda Bush» que nosotros tocando nuestro mejor single».
Sí, es de poca relevancia, pero bastante revelador.
Uno de los mejores momentos de la historia de Los Simpson es cuando Spinal Tap van a tocar a Springfield y el líder, nada más empezar dice «holaaaa…», mira una pegatina que tiene oculta en la parte de atrás de la guitarra donde pone «Springfield» y grita: «Spriiiingfield!», provocando el delirio popular.
Estratagema arriesgada, por otra parte: ¿qué opinaría un ciudadano madrileño que va a ver a BCN a su artista favorito y ve salir a éste al escenario con la camiseta del Barça y gritando «Visca Catalunya»? Pues que igual ha perdido un fan.
Uf, David, si alguien deja de ser fan de un grupo porque se ha enfundado la camiseta del equipo rival es que es un memo integral. Y al grupo debería servirle para pensar qué es lo que ha hecho mal para tener esos fans. Muy poco te tiene que gustar la música para llegar a ese extremo, ¿no?
Yo como mucho pensaría que mi artista favorito es un payaso pero de ahí a dejar de escuchar sus canciones…
Lo que ha hecho mal para tener fans memos esta claro : «es hacer el memo «.
Y no lo digo por lo del Barça. Si va con la del Madrid y grita Viva España! pues ya me dirás … ¡Memo total!
Y creo que al que le tiene que gustar poco la música es al que hace eso precisamente.
Hey! buen rollo.
creo que perdéis un poco la perspectiva: un músico de gira se pasa semanas, a veces meses, lejos de casa. llega a perder la noción de qué día de la semana es, incluso de en qué ciudad está. y a menudo necesita ese tipo de anclajes a la realidad para relacionarse con su público, aunque sean tan ramplones como lo de la camiseta del barça.
una cosa que suelen preguntar siempre los músicos en españa, sobre todo los que ya han estado y saben de la diversidad lingüística, es: «¿cómo se dice aquí ‘gracias’? ¿y ‘buenas noches’?».
Me he acordado de cuando el cantante de Kaiser Chiefs, tras la primera canción de su concierto en el Transmusicales de Rennes, soltó: «Hola París». Le cayó un abucheo tremendo.
Sinceramente, creo que el hecho de salir al escenario y decir «hola Matalascañas» no tiene la más mínima importancia. Evidentemente, sería raro que Bonnie Prince Billy saliera al escenario de Moby Dick y dijera «Buenas noches Madrid», pero para mí es perfectamente comprensible, por ejemplo, en macroconciertos.
Por otro lado, a mí me reconforta darme cuenta de que el músico sabe dónde está. Me gustan los músicos que se preocupan por la ciudad donde tocan, que se aprenden unas palabras en su idioma y que intentan conocer algo más sobre la cultura de las personas que tiene delante. No es lo mismo tocar en un sitio que en otro.
«Gracias» y «buenas noches» son tres palabras preciosas. «Sois el mejor público del mundo» ya no me convence tanto . Esto es como todo: hay gente que hace cosas con naturalidad y otra a la que se le ve el plumero. Siempre vamos a encontrar ejemplos de ambos bandos. Y en general me parecen detalles irrelevantes, de los que se puede sacar bastante información ( las arengas contra Bush para arrancar un aplauso siempre me suenan a truco barato). Mi anécdota preferida de camisetas de fútbol es cuando Maná decidieron ponerse la del Rayo Vallecano. Fue gracioso verles cantar sus dramones proecológicos enfundados en el logo de Rumasa.
Yo es que me he perdido.
Lo de Bush, Visca Cataluña, Viva España, Yo soy muy pacifista …
…lo tengo claro: ¡no viene a cuento!. ¡Memez!.
Pero, que tiene de malo decir «Hola Madrid» ( si está en Madrid , claro). O sea , estoy perdido …
Voy a releer…
¡Que intrascendente!
Vale, vale, lo mismo «hola Madrid» era un ejemplo flojo. Cámbienlo por «sois el mejor público de Europa», «sois las chicas más guapas que hemos visto» o «esta es nuestra última canción» (dicho antes de que el grupo se vaya al camerino sin haber tocado el single). Por cierto, gracias a Laluli por sus amables palabras, ¿no serás la pareja artística de Guiller Momonje?
Y, ojo, que me encantan los directos y los disfruto un montón. No son cosas que me molesten , sólo me parecen un poco cursis y ya convertidas en lugares comunes. Abrazos.
No Víctor, con Guiller Momonje sólo me une mi admiración hacia él.
Nada hombre, hay que ir a directos, a bolos (qué palabra tan denostada, por dios) no, a directos, sean de la calaña que sean y digan los protagonistas lo que digan.
Un saludo, Lenore.
Tarde mi comentario pero no puedo estar más de acuerdo.
Siempre me ha encantado ir a conciertos aunque cada vez con más frecuencia sufra agudos ataques de misantropía, primero dirigidos a los dueños de la sala por las larguísimas e injustificadas esperas (ese par de cervezas), a continuación hacia el sujeto que suele tocarme en gracia al lado y que frecuentemente consigue minar mi paciencia hasta, en algunos casos acabar en enorme traca final con el frontman de turno que más que mostrar su música en un formato medianamente digno parece esperar su oportunidad para ingresar en el club de la comedia o abanderar la siguiente «protesta» de turno junto a Moby.
Y de los festivales, mejor ni hablamos… O sí, pero esta vez para reconocer la valiosa apuesta del Tanned Tin por ofrecer la música en las condiciones que merece, porque al fin y al cabo es la música lo que importa.
Saludos.
Lo que más me fastidia a mí es en las salas el público que se pone a hablar en voz alta como si nada, en la parte de atrás y que crea un murmullo molesto que impide disfrutar del concierto a los que están delante. No lo logro comprender, se pensarán que es música de fondo, pero realmente hay gente interesada en escucharlos, por lo menos por respeto deberían callarse y si no pues vete a otro lado.
Luego está el tema de los macroconciertos con grandes bandas que acabas apretujado y, por la ley de Murphy, siempre se te pone delante uno de dos metros que te impide la visión…
El último caso fue en el Lemon Pop cuando actuaron Wedding Present (la primera vez que los veía, qué ganas tenía de escuchar los temas que tanto habían sonado en mi radiocassette, y nos dispusimos a ocupar la primera fila junto a la valla). Bien pues había al lado unos, ¿cómo llamarlos?, unos groupilleros, que empezaron a decir en voz bien alta ‘mira esos groupies cómo cogen sitio’; y luego, en la puesta a punto de los instrumentos, los típicos tópicos machistas hacia la roadie y la bajista (como sabréis, en la vuelta de los weddoes Gedge se ha sabido rodear de muy bella compañía); y para rematar, a mitad del concierto (no habrían tocado ni cuatro canciones) empiezan a gritarle peticiones a Gedge, que si «Getting Nowhere Fast», que si «Nobody’s Twisting Your Arms», es decir, para demostrar lo superfans que son de WP. ¿Qué pasó? Que David se quedó parado un instante y dijo «Bonas noches Murcia» y se despidieron con un último tema sin hacer bises ni nada. ¡Qué rabia! Y luego hay que añadir también que no eran los cabeza de cartel, que luego tocaban Los Acusicas, que, bueno, sin ánimo de ofender, pero no hay color.
Como el Tanned Tin debían ser todos…
Mi comentario si que llega tarde, pero puede que lo leas, Antonio. The Wedding Present no hacen bises (lo que no quita que sufrieses a unos impresentables) y para mí es una de las muchas razones por las que amarlos.