A la música pop española de vez en cuando le ocurren cosas inesperadas y excepcionales que pueden dar sentido a un género. Flamaradas desembarcó, después de múltiples historias durante años, en 2012 con una obra fundamental en nuestra música popular reciente, “Cancionero Saturnino”. El año pasado, con “Paisaje Entre Las Cañas”renovamos votos, y aquí Daniel Magallón nos habla de cómo en lo más simple reside lo imperecedero.
Jonathan Richman, “¡Jonathan, te vas a emocionar!” (Rounder Records,1994)
Sé que para muchos es una obra menor o un simple divertimento sin apenas valor pero, para este modesto cantautor que habita la periferia del planeta, este disco tuvo un papel fundamental, y ocupa un lugar destacadísimo en mi particular historia del rocanrol.
Como en la mayoría de las cosas importantes que nos pasan a las personas, el azar jugó un papel destacado en esta pequeña historia de amor. Pues debo reconocer que, si no me hubiera encontrado el CD en la sección de ofertas de la Abacus de Cornellà de Llobregat a un precio rebajadísimo, jamás lo hubiera comprado.
Estaba ahí este señor, entre recopilatorios de ambient y música clásica. Con una rosa en el ojal de la camisa. Mirándome. Con un título tan sugerente que , claro, no me quedó más remedio que llevármelo a casa.
Yo por aquel entonces era roquerillo veinteañero con inmensas dudas sobre lo que estaba haciendo y lo que quería hacer dentro del mundo de la música. Y no sé si este trabajo contiene en sí tantas respuestas como yo quise encontrar, o simplemente fue un catalizador de algo que ya tenia dentro de mi cabeza y que si no hubiera aflorado escuchando este trabajo lo hubiera en otro. Nunca lo
sabré. Pero lo único que puedo afirmar es que después de su escucha todo cobró un sentido diferente.
Jonathan Richman hizo “¡Jonathan, te vas a emocionar!” con medios limitados, y en él traducía al castellano y a su manera algunas de sus canciones más populares. Ademas lo trufó con guiños a la música popular del mundo hispano haciendo varias versiones y “pantomimas” . Las traducciones no eran muy ajustadas y el uso del idioma, muy libre y desacomplejado. Pero el disco tenía algo que yo no había encontrado hasta ese momento en otros trabajos. La urgencia por comunicar. Daba igual si fallaba la gramática, que si la pronunciación hacía indrescifrable algunos pasajes, o si la guitarra no se escuchaba del todo bien. Primaba la necesidad de empatizar y hacer al oyente partícipe de unas historias y una música.
En el contexto aquello era inaudito. A mediados de los noventa la mayoría de grupos españoles cantaban o cantábamos en inglés (o algo que se le parecía), y estábamos obsesionados con las maquinitas y las ruideras . Y de repente me topo con este señor que con su guitarrica y cantando en un idioma que no era el suyo resolvía más que cuarenta grupos indis juntos.
Tan importante era lo que decía como cómo lo decía. Habla con sencillez y claridad de cosas cotidianas algo que, para mis oídos de jovenzuelo, entroncaba directamente con la música tradicional que se cantaba en mi casa y que por aquel entonces el rocanroleo oficial había despreciado en pos de una modernidad que nadie estaba sabiendo encontrar.