3. El nuevo mesías viste de Calvin Klein
“En la aparición de la masa acontece un
Elias Canetti. Masa y poder.
JB anuncia calzoncillos de Calvin Klein. Su apolíneo cuerpo luce perfectos contornos cual dios griego; su mirada es lasciva e insinuante. Es el triunfo de la domesticación del cuerpo; JB, en contra de lo que esas fotos pretenden, sólo vende materia orgánica absolutamente asexuada. Pero, claro, está por encima del bien y el mal: es el nuevo mesías que substituye su túnica por modelos de lencería de clase media-alta.
En una entrevista a la revista digital GQ el cantante dice (y transcribo literalmente) “I feel like that’s why I have a relationship with Him, because I need it. I suck by myself. Like, when I’m by myself and I feel like I have nothing to lean on? Terrible. Terrible person. If I was doing this on my own, I would constantly be doing things that are, I mean, I still am doing things that are stupid, but… It just gives me some sort of hope and something to grasp onto, and a feeling of security, and a feeling of being wanted, and a feeling of being desired, and I feel like we can only get so much of that from a human.” Ese miedo irracional sólo puede conducir a conductas enajenadas: en un concierto en Manchester, y ya poniéndose con letras luminosas ese HIM en la frente, hace callar a sus fans en un concierto. Se intenta explicar en un tweet, que después sus community managers borran, en el que apela al respeto por parte de sus fans cuando intenta hablar en un concierto, y la sensación que tiene de tristeza cuando sólo gritan y gritan. ÉL posee el don de La Palabra, una Palabra que guía las conductas de sus fieles seguidores que se agitan en sus conciertos. Unos fieles que se concentran para adorar a su figura en un ceremonial que tiene su representación culminante en el concierto. Como bien dice el filósofo Pedro Gómez García en su artículo “El ritual como forma de adoctrinamiento” “los participantes [del ritual] andan siempre negociando con el poder [encarnado éste en JB], sea para servirse de él o para servirlo, y frecuentemente de manera ambigua. Se instaura una dialógica entre el poder, que se sacraliza, y lo sagrado que se imbuye de poder”.
Preguntada por este suceso, Sofía se muestra muy indulgente, y me responde diciendo que él sólo buscaba un respeto por lo que intentaba decir ya que quería ser escuchado y comprendido. Lo que ocurre es que para las almas que allí se congregaban apelotonadas, la Palabra de JB no tiene valor en sí misma, ya que el valor reside en su figura. Dice el antropólogo cultural Victor Turner, gran estudioso de la simbología tribal, que “los símbolos dominantes no son considerados como meros medios para el cumplimiento de los propósitos expresados de un ritual determinado, sino también, y esto es lo más importante, se refieren a valores que son considerados como fines en sí mismos, es decir, a valores axiomáticos”. El símbolo dominante tiene, en este caso, una función con plena consistencia y actúa de referente; el axioma es la representación en un escenario, y la compresión y la empatía con el símbolo llega después de un largo proceso en el que existe un diálogo entre extremos, entre diferencias; un proceso de ritual en el que se va recomponiendo la unidad, y una armonía y un orden social conjunto de los cuales se da por finalizado un proceso que lleva aparejado un guión al que ser fiel. Sofía y sus amigos/as llegan a sus conciertos con un guión aprendido después de mucho esfuerzo de aprendizaje. Y sí, es un guión distorsionado, pero el mito se construye en base a la ilusión. Dice Nando Cruz en un artículo titulado “El blanco fácil” que “Podemos menospreciar el apasionado desnortamiento del fan, pero todos fuimos así. Y su mirada inocente es la esencia misma del pop. El pop, entre otras muchas cosas, es una ilusión, un engaño. De vez en cuando, hay que estar dispuesto a ser engañado, saber participar en el juego y entender que a ciertas edades, la música es un espejismo de la vida. Ese amor apasionado que anda todo alborotado, ese inarticulado discurso del corazón… Aunque sea sólo durante una hora y media, ¡deberíamos envidiarlos!”. Una ilusión, un engaño. Un ritual de paso a la edad adulta… (continuará)
Vaya, pues discrepo de las palabras de Nando Cruz: el pop para mí no es ilusión, ni espejismo ni engaño. Ni siquiera es una triste realidad. Es una feliz vocación. Se tiene o no se tiene. Si se tiene, se tiene de por vida. Sólo sería ritual de paso para los que no la tienen verdaderamente (ciertamente, muchos se quedan y se quedarán descolgados).
Parece que el pop, por su inmediatez y accesibilidad, sólo ha de ser objeto de culto de adolescentes. Pero no es así, es tan solo una determinada expresión artística (musical en este caso), con sus propias características, muy importantes: sobretodo esa capacidad de condensación de una idea musical original en poco más de dos minutos. Se puede considerar perfectamente un auténtico ejercicio intelectual, tan exigente y valioso como la demostración y/o comprensión de un teorema matemático; y apto para todas las edades y condiciones. Pero es algo para lo que hay que valer (no solo por tener las facultades necesarias de nacimiento, sino por su mantenimiento y desarrollo durante el tiempo).
Por otro lado, bien es cierto que cualquier cosa se puede ritualizar. De hecho siempre está al acecho el viraje hacia la rutina y el tedio en tu vocación. Pero hay que sobreponerse a ello con dedicación y esfuerzo.