Sorry

  En “Anywhere But Here” (Domino 2022), segundo álbum como Sorry, las composiciones de Asha Lorenz y Louis O´Bryen vienen tamizadas por la producción pastosa de Adrian Utley (Portishead) y Ali Chant, que no brilla en los instrumentos por separado sino en la corrosión derivada de su ensamblaje, perfectamente identificados con la interpretación onírica.

   Se palpa en seguida en “Let The Lights On”, aunque empieza a cuajar en una “Key To The City” que no esquiva lo carnal, y sobre todo al recurrir en “There´s So Many People That Want To Be Loved” a una alegría festiva tibia y espontánea por entre el caos aparente, o a ese punto de dulzura desquiciada somnolienta –unos gorgoritos operísticos incluidos- de pronto detectable en “I Miss The Fool”.

   Aunque las canciones varíen, se mantiene un tono personal inconfundible respecto a otros similares –básicamente provenientes del indie norteamericano- que tampoco se debe a su genética británica, y escapa a la ecuación del pulso seco habitual –como en una intensa “Closer”- gracias al tratamiento de las voces. Con un punto de desolación inevitable –“Screaming In The Rain”- que, cuando aflora –“Again”-, nos sume en la espiral eléctrica envolvente mientras ascendemos cada peldaño de la escalera de catedral.  


Richard Lockwood

   El pasado mes de septiembre falleció Richard Lockwood, un músico australiano casi desconocido en la actualidad. Cobró cierta fama hace cincuenta años formando parte de Tully, banda entonces prominente de Sydney donde tocaba instrumentos de viento, así como por su participación –junto a otro miembro del grupo, Ken Firth- en el álbum “Hush” (1971) de Extradition, hoy pieza de coleccionismo, aportando también sus aptitudes con armonio y violín. Lockwood dejó Tully y se implicó en la banda Tamam Shud. Por aquel entonces ya había conectado con la filosofía del gurú Meher Baba.

   La influencia de Baba –y de poetas australianos afines como Francis Brabazon- condicionó su vida. Dejó el primer plano musical conformándose con componer preciosas odas, algunas de las cuales dedicadas a su inspirador, que jamás vieron la luz aunque estuviesen construidas con el cariño de un paciente orfebre del folk, y que han encontrado en los cajones los encargados de recuperar los archivos de Tully.

   El valor de las treinta canciones recopiladas en “In The Door Way Of The Dawn” (2022) crece a medida que uno avanza en la prospección. Folk, con cierto flujo progresivo y algo de cuerdas y vientos, de principios de los setenta, en la línea de Island records. Acuático, camuflando composiciones que bien podrían firmar Jim Webb o Burt Bacharach, a la vez ejecutadas de modo tan natural como singular, con una voz entre Roy Harper, Richard Dawson y Robert Wyatt, a veces con la manera de este último convirtiendo lo sólido en líquido.


«Comradely Objects» (Horse Lords)

  Bajo la apariencia de math rock de la música de Horse Lords se esconde un enjambre de texturas polimórficas. Escucharles es perder la noción que separa lo complejo de lo sencillo. Pueden parecernos tibiamente minimalistas y a la vez sonar muy ensamblados en la interacción de los instrumentistas. A ratos nos llegan dispersos pero apenas unos segundos después nos percatamos del lugar preciso al que nos querían transportar.

   Su nuevo álbum “Comradely Objects” (RVNG 2022) avanza desflorándose con una nitidez que deja atrás conceptos como jazz prog o kraut sin renunciar a sus influencias. El percutir de “Zero Degree Machine” genera una dinámica envolvente que, tras una más ruidosa “Mess Mend”, revelará un hipnotismo marca de la casa gracias al saxo de Andrew Bernstein caracoleando tosco –soplidos cortos- alrededor de la percusión. Se disfrutará sobre todo en las dos canciones largas, una “Law Of Movement” que pasa del arranque indigesto al diálogo escurridizo entre meandros de mecánica elástica, y la excelente “Plain Hunt On Four”, una rúbrica perfecta a su eclosión con aquel tercer “The Common Task” (2020).


Gang Of Youths

   De todos los discos que me arrepiento de no haber incluido en mi lista del año pasado, “Angel In Realtime” (Warner 2022) es el que más me importa ahora mismo. Lo tengo hace once meses, y ha estado en su rinconcito tras una primera y poco atenta escucha, hasta que lo he vuelto a reproducir para el repaso anual. En él, Dave Le´aupepe, de la banda australiana Gang Of Youths residente en Londres, añora a su padre fallecido y le rinde homenaje narrando la historia familiar. Una hora de épica humana expuesta con lujo y detalles en uno de esos trabajos cuya etiqueta conceptual debe entenderse como virtud.

   La magia del disco es espectacular. La resiliencia cultural de la inmigración de las islas del Pacífico Sur a Australia y Nueva Zelanda se percibe en los detalles que acompañan a ese sonido de energía positiva. A veces suenan como los Arcade Fire más entusiastas cuyas inclinaciones étnicas apuntan a Polinesia y no a Haití, con aportaciones de varias islas –por ejemplo los coros de The Auckland Pacific Gospel Choir, o percusiones de Anuanua Drummers- decorando los arreglos de las piezas animadas. En otras –“Unison”, “Forbearance”-, Dave adopta un tono vocal más cercano a Matt Berninger de The National. Y la suntuosidad orquestal exquisita bien podría evocar tanto a los febriles Triffids como, en un tramo de “Tend The Garden”, a un Father John Misty tropical.

   Lo más importante sin embargo es apreciar los textos y el tono de Dave recordando a su padre. La descripción de su doble vida –una familia en Samoa y otra en Nueva Zelanda- al desentrañar el árbol genealógico en “Brothers”, sirve para esclarecer lo que dice en otras composiciones. Y el autor hace hincapié también en su afición deportiva y en la manera de adaptarlas a lo cotidiano. Por ello cierra el disco –antes, en “Returner”, ya mencionó a Batistuta- con dos canciones –“Hand Of God” y “Goal Of The Century”- dedicadas a los dos goles de Maradona en la semifinal Argentina-Inglaterra de Mexico 86: la injusticia y la belleza a veces van de la mano y se han de aceptar juntas. En cualquier caso, pocos álbumes trabajando sobre una pérdida resultan tan floridos y positivamente conmovedores. Un grito a la vida. A las seis de la mañana, desde una habitación en Londres, mientras su esposa a hijos duermen.


Tenci

   En su segunda entrega, Jessica Shoman –cuya abuela Hortensia inspiró el nombre de Tenci- perfila con mayor exactitud el dibujo de su primer álbum. Ahora, en “A Swollen River, A Well Overflowing” (Keeled Scales 2022), ese híbrido -a caballo entre el rock alternativo sedado y pasajes más afines a country y folk- adquiere la personalidad propia de una autora que se está instalando confortablemente en su universo privado.

   La neblina sugerente de “Shapeshifter” llega, tras una “Be” que avisa, al corazón del disco a partir del final de “Cold Dirty Water”, cuando las octavas suben abriendo las puertas al folk blues de “The Ball Spins” y a una “Sharp Wheel” definitiva que consagra al saxo como su bestia favorita de compañía. Y, tras la semiplegaria acústica de “Out Of Body”, entronca la canción más importante –“Sour Cherries”, de seis minutos- a partir de un desarrollo suave a cámara lenta -¿podría definirse Tenci como slowcore folk?- hasta formar una masa corpórea de pronto mutada a clamor robusto gracias al fingerpicking eléctrico; hasta que decide romperlo: `love is sour cherries´. Antes de terminar, entrega el corte de formato más pop –“Two Cups”- gracias al perfil de las guitarras, y el más íntimo –“Memories”- recogiendo flashes de su niñez.

   Pese a la aparente sencillez, el álbum nos muestra a una banda resolviendo las partes intrincadas –a veces debido a estribillos que no llegan a completar el círculo melódico- con suma inteligencia. Y si se trataba de propiciar un estado de ánimo determinado, lo consigue.