The Ex-Exploited

The Ex-ExploitedCuando estoy en Bangkok, suelo tomarme la última cerveza sobre la medianoche cerca de la guest house, en los aledaños del templo al oeste de Khao San Road. Al salir de la zona peatonal, doblas a la derecha sorteando la garita de policía, por cierto últimamente reforzada para prevenir atentados de cualquier índole –amigos del depuesto Taksin, musulmanes del sur, Al Qaeda, etc-, pasas la gasolinera cuyos surtidores se convierten por la noche en bar terraza, cruzas Chakkraphong, y giras la primera a la izquierda bordeando las paredes del templo, las cuales también a esta hora se pueblan de indigentes que han hecho de aquella destartalada acera –las raíces de los árboles levantan incluso los adoquines- su dormitorio. Sigue leyendo The Ex-Exploited

The Little Ones

The Little OnesA mí me gusta el pop. Como dirían psicólogos graduados en Buenos Aires que diagnostican patologías crónicas, me gusta desde pequeñito. Pero no pop a saco, sino con criterio. Ah, ya estamos con lo del criterio. ¿Qué quiere decir esto en un campo tan vasto como el pop? ¿Qué preceptos ha de cumplir una canción para pertenecer a mi club privado de las bienvenidas? A muchos Tata Golosa y LCD Soundsystem les puede sonar a lo mismo. Hace cuatro meses, viendo a los suecos Beezewax, me percaté de la delgadez del hilo separatorio: algo no me cuadraba. Al igual que otros suecos, The Envelopes –y no digo que sea requisito imprescindible la nacionalidad británica o estadounidense-, aplican los elementos del manual del buen pop respetando escrupulosamente el protocolo: guitarras ardientes, acordes apasionados, estribillos con voces dobladas, piezas cortas, etc, etc, etc. Pero a mí no me entran. ¿Y por qué en cambio otras piezas muy –pero que muy- parecidas sí? Son aparentemente idénticas y sin embargo me producen efectos distintos. ¿Tan importantes son los detalles minúsculos como para significar la vida o la muerte de una composición? Sigue leyendo The Little Ones

Blank Space

Uno de mis pasatiempos más placenteros últimamente está en navegar por la red buscando cds buenos y baratos. Antes de poder comprar por Internet, siempre revoloteaban por mi escritorio papelitos escritos a salto de mata con apuntes de nombres de discos que quería obtener. Esto por suerte no ha cambiado, solo que ahora, habiendo repasado un par de tiendas físicas infructuosamente, una vez al mes apago el ventilador, los papelitos bajan a la mesa y, tras descifrar la caligrafía médica, pesco en el mercado virtual pero-que-cobra-de-verdad. Mi norma es no pasar de los 8 ó 9 euros (5 ó 6 libras en la Amazon británica, o 10 dólares en la estadounidense) sin pretender pillar la super novedad sino más bien productos que ya llevan en el mercado unos meses. La recompensa llega cuando pago un céntimo –más los tres euros de gastos de envío- por una colección de canciones posiblemente insuficiente –juro que “No Danger” de Inouk me costó eso- pero con tres o cuatro cortes pasables y un par destacables. Nivel calidad/precio pues más elevado que el segundo de Bloc Party. Sigue leyendo Blank Space

James Brown y los guiris

El fallecimiento de James Brown me rescató de la memoria mis tiempos mozos en el mundo de la noche de la Costa Brava, aquel entre 1970 y 1973 con Brown como rey absoluto de las discotecas. Cuando José Padilla, en una entrevista en Rockdelux, confesaba haberse aficionado al mundo de los platos subiendo los fines de semana a Lloret De Mar, estaba rindiendo tributo a unos precursores artesanales (algunos pinchaban sin previo ni auricular, simplemente dejando caer la aguja en el surco según el claroscuro) del arte de mover a una audiencia hacia la pista de baile. Entonces los DJs operaban como sicólogos y cada canción era meditada según la respuesta del público a la anterior. Sigue leyendo James Brown y los guiris