Las hojas promocionales me hicieron peor persona. Más desconfiado, me convertí sin querer en alumno avispado de las artes defensivas. Si me hablaban de artistazos, de enormes voces y demás grandezas propias de la corte, aparcaba el disco incluso sin abrirlo, pero no muy lejos por si alguna noche me daba un arrebato de petulancia. Ahora estoy un poco más relajado. O, al menos, me distraigo con lo que antes me irritaba. De más joven, a Anna Calvi no le hubiera dado ni un minuto de mi tiempo. Sigue leyendo Mis dudas con Anna Calvi